CAMPAÑAS-LA-GARBANCITA-ECOLOGICA-2

La economía va de hacer posible la vida

CAMPAÑA 8 DE MARZO ECOFEMINISTA 2018. Entrega nº 11

Estamos viviendo una crisis multidimensional, sistémica e incluso civilizatoria de un modelo que además de capitalista es heteropatriarcal, medioambientalmente depredador, colonialista, racista… Es lo que a veces hemos llamado “esa cosa escandalosa”. Estamos constatando que en este modelo no cabemos todas y todos. Hay quien afronta este hecho desde la expulsión: “si no cabe todo el mundo, se van a quedar dentro los nuestros y se quedan fuera los otros”. La responsabilidad histórica que tenemos ahora es hacernos cargo de la transición desde un mundo donde no cabemos todos y todas hacia un otro modelo donde sí que quepamos.

El punto de llegada no puede ser aquello de lo que venimos, porque eso ya no es posible, ni deseable. No se trata de recuperar la economía real, o la producción. El ecologismo social es muy crítico respecto a la noción de “producción”, ya que considera que ésta no existe: lo único que hacemos es extraer de la tierra, transformar mediante el uso de la energía, generar residuos y emitir energía degradada. Pero no producimos nada nuevo. Otra crítica lapidaria a la “producción” la aporta el feminismo. Critica la “producción” en el sentido de que ésta necesita de un otro oculto, que es lo que del feminismo hemos denominado la “reproducción”.
Tampoco cabe la idea de poner el horizonte de transición en el estado de bienestar. El estado de bienestar, desde distintos ámbitos que hemos cuestionado, nunca ha existido para las mayorías sociales. Incluso en su época dorada siempre se ha basado en la depredación de recursos naturales, en el expolio del sur global y en la división sexual del trabajo.

No cabemos todos y todas porque este conflicto se construye sobre un conflicto estructural e irresoluble entre los procesos de acumulación de capital y los procesos de sostenibilidad de la vida. Supone una reformulación de la idea clásica del conflicto capital-trabajo. El conflicto no es sólo con el trabajo asalariado, el conflicto es con todos los trabajos. El conflicto es con la vida misma, y la vida no es reductible a nuestra faceta de trabajo. El conflicto es con la vida del planeta y con la vida humana, porque la vida humana en este sistema se convierte, en el mejor de los casos, en un medio para el proceso de acumulación. Convertir la vida en un medio, supone una amenaza permanente contra la propia vida. No todas las vidas están igual de amenazadas en este sistema. Cuando hablamos del conflicto capital-vida, detrás de capital también hay vidas. A veces usando otra metáfora decimos que el rostro que se esconde detrás del capital es el del BBVA, el de Blanco Burgués Varón Adulto, heterosexual, urbano. Es un sistema biocida y suicida del cual algunas vidas salen muy bien paradas y el resto de vidas recibimos ataques de gravedad radicalmente desigual.

El Estado de Bienestar no tiene capacidad de eliminar el conflicto capital-vida, sólo para modularlo: es un intento de garantizar las mejores condiciones de vida posibles en el marco de un proceso donde la vida es atacada.

El capitalismo construye nociones de bienestar que son funcionales al propio sistema: una idea de vida radicalmente individualizada que niega la vulnerabilidad de nuestra propia vida y que nos niega los vínculos con el resto. Somos interdependientes y la economía en este sentido es una red de interdependencia que construimos para poner las condiciones para que hagan posible una vida vulnerable. En este sistema la vida se resuelve delegando la responsabilidad de mantenerla a las esferas privadas, feminizadas e invisibilizadas. No sólo está feminizado en cuanto a horas de dedicación, sino que supone una idea de la feminidad que asume que las mujeres cuiden la vida. Se invisibiliza, de forma que no da acceso a derechos sociales, no construye ciudadanía económica y social, ni tampoco construye sujetos políticos ni reivindicativos.

El decrecimiento ecofeminista, nos puede ayudar a ver hacía donde podemos transitar. El decrecimiento de la esfera material del sistema va a ser sí o sí, vamos a tener que aprender a vivir con menos materiales… Pero se trata de decrecer también en el sentido que la lógica de acumulación de capital deje de ser el eje vertebrador del sistema para construir otro.

La vida no es por arte divina, la vida es si la cuidamos, si la hacemos posible, y la economía va de hacer posible la vida. Necesitamos transitar hacia la construcción de una responsabilidad colectiva y de soberanía sobre los procesos socioeconómicos que hacen posible un buen convivir universalizable (extendible a todos y todas) y que al mismo tiempo respete la diversidad.
Para ello, plantearía dos tipos de medidas. Las medidas de resistencia se oponen al avance de la lógica de acumulación y a la pérdida de soberanía que este avance supone. Hay que resistirse a la nueva oleada de tratados de comercio e inversión. Hay que resistirse a la pérdida de los bienes comunes. Lo que resulta urgente es la crisis de reproducción social: hay que desprecarizar la vida, se multiplican las situaciones de exclusión y los ejes de desigualdad se multiplican.

Las medidas que pongamos en marcha tienen que ayudar a relocalizar y a simplificar los circuitos económicos. Estas medidas deben de atacar el nexo entre calidad de vida, capacidad de consumo y empleo. Para ello, en primer lugar, tenemos que avanzar en el proceso de desmercantilización y colectivización de la satisfacción de necesidades. Esto implica una defensa crítica de lo público, acercando lo público a lo común y a la autogestión y reconociendo las diversidades. Otra vía de apuesta es la Economía Social y Solidaria. Y como tercera vía, una apuesta fuerte por los espacios autogestionados desmonetizados, incluyendo la directa desobediencia civil.

Un segundo camino para la desmercantilización exige la reorganización radical de los trabajos socialmente necesarios. El empleo es una forma de trabajo alienado, y tenemos que tender a su destrucción. La contracara del trabajo asalariado son los cuidados, entendidos como lo que tenemos hoy en día: los trabajos residuales del capitalismo heteropatriarcal. Las personas que cuidan se encargan de hacer todo lo necesario para que la vida funcione, se encargan de garantizar trabajadores plenamente disponibles y flexibles para las empresas, y se encargan de reparar en la medida de lo posible la vida, constantemente atacada. El trabajo asalariado y los cuidados son las dos formas hegemónicas de trabajo que tenemos que destruir.
Para definir los trabajos socialmente necesarios, dependerá de lo que queramos construir socialmente. La reorganización de trabajos supone un proceso simultaneo de redistribución y de revalorización. Nos va a tocar hacer cosas que no son bonitas y no nos gustan, porque no todos los trabajos socialmente necesarios son estupendos. La forma actual de valorar los trabajos es profundamente perversa: los trabajos masculinizados tienen mayor valor social cuanto mayor sea su valor económico (porque se hacen por lucro) y los trabajos feminizados tienen mayor valor social cuanto menor sea su valor económico (porque se hacen por amor). Mejor madre eres cuanto más gratis lo hagas. Como seas una empleada de hogar que se niega a cuidar del anciano hasta que le suban el sueldo, eres una mala mujer.
Esta redistribución y revalorización de los trabajos se concreta en cuatro puntos.

– Una defensa crítica del empleo. El empleo tiene que dejar de ser el elemento central que nos da acceso a derechos sociales y económicos.

– Reducción radical de la jornada laboral, sin pérdida de masa salarial

– Un reparto radicalmente equitativo de los trabajos invisibilizados que se realizan en las casas. Hay trabajos que nunca deben dejarse de hacer ahí porque son los trabajos que nos permiten no perder el vínculo con lo que somos, con lo que cuesta mantener la vida. No podemos entrar en un proceso creciente de externalizar las actividades que nos permiten funcionar cotidianamente. Si perdemos de vista esto, no nos enteramos de donde se está resolviendo el conflicto de capital-vida. Si no hacemos esos trabajos no estamos viendo la dureza del conflicto en lo cotidiano. No cuidar, es procapitalista.

– En cuarto lugar, implica poner énfasis a la apuesta por los derechos de “conciliación”: este término nos quiere hace ver que el conflicto capital-vida no existe. Pero a la vez, estos derechos son claves porque implica pelear en el día a día porque se reconozca a la gente trabajadora como vidas interdependientes, y no como pura mano de obra plenamente disponible y flexible.
Necesitamos actuar en un nivel múltiple y coordinado: a nivel macro (auditoría de la deuda, una alternativa al euro, oposición a la nueva oleada de tratados de comercio e inversión), a un nivel meso (reforma fiscal progresiva…) y a un nivel micro, a un nivel de revolución de las prácticas cotidianas. Microrebeldías de la vida cotidiana: supone desobedecer al género (porque mujeres y hombres en este sistema estamos construidos de una forma tóxica, para poder construir otros sujetos políticos) y hacerlo en común, de una manera política y colectiva. Se trata de que cada quien lo hagamos en nuestra casa, en el curro, en la militancia, en la calle, pero junto al resto y politizándolo.

Amaia Pérez Orozco

Fuente: Manu Robles Arangiz Institutoa. Seminario internacional Europa: Crisis y Alternativas. ELA. Bilbao, 14/6/2017.