Mercado, democracia y autodeterminación

Mercado democracia autodeterminacionPara la democracia de mercado, el éxito o fracaso de crecimiento, la competitividad y las reformas para que el la economía no depende de los millones de hambrientos, trabajo, los cuidados y los recursos naturales se some­enfermos, precarios o excluidos que produce sino del tan a la ley de la oferta y la demanda.
Aceptar que el mercado es el único principio de realidad, equivale a recono­cer la superioridad del capitalismo frente a cualquier orden social que ponga por de­lante los Derechos Humanos y la justicia ecológica. La libre competencia impone la libertad de movimientos de capital lo que, a su vez, exige igualar las distintas natura­lezas que comparecen en el mercado. El dinero    es    un    unificador    radical    que    obliga     a las personas a expresarse como lo que no son, es decir, como mercancías.
Desde la racionalidad del mercado, la solución contra el paro pasa por abaratar el despido, reducir las prestaciones, precari­zar los empleos y neutralizar las leyes que protegen al trabajo, a los trabajadores, a la salud, a los cuidados y al medio ambiente. Pero, subordinar las políticas económicas, ecológicas y sociales de la nación a la disci­plina monetaria de la Europa del capital, es anticonstitucional porque impide la protec­ción de los derechos, libertades y garantías que la propia Constitución consagra. La iz­quierda mayoritaria está aprisionada por la naturalización de la economía de mercado como    un    principio    inmodificable.
Salimos de la crisis bajo la dirección de los mismos poderes que la provocaron. Por eso, la recuperación económica equivale a precariedad, exclusión social y aumento de la contaminación y las enfermedades.
El modelo de acumulación capitalista no está en crisis, sino en todo su esplen­dor. Lo que está en crisis es una izquierda incapaz de hacer respetar el pacto social y democrático producto de la movilización popular anterior a la Constitución de 1978.
Para la reconstrucción de la izquierda, el problema no consiste en captar para uso electoral los sentimientos que expresan las encuestas, sino en crear las condiciones culturales, económicas y políticas para que el sufrimiento individual se convierta en una fuerza social transformadora.
Para someter al mercado es preciso que las mayorías sociales (el pueblo), dejen de ser una entelequia constitucional para cons­tituirse en el verdadero sujeto de la econo­mía y la democracia.
La movilización popular aparece por caminos inesperados y se articula en torno a iniciativas, discursos y formas organizati­vas que rompen con la impotencia de una izquierda agotada, cuando no cómplice. Los peligros de desviación de esta izquier­da emergente son menores en compara­ción con su oportunidad. Así lo demuestra el espectáculo de los poderes que han se­cuestrado la democracia, clamando como si se acabara el mundo sólo porque alguien se atreve a decir lo que está pasando.
Sortearemos todos los obstáculos si conseguimos la reunificación de lo escin­dido por el invidualismo competitivo y la expresión política o autodeterminación de lo aplastado por la desigualdad. Sin olvidar que estas lacras -desigualdad, individua­lismo, dominio- , han llegado a anudarse a nuestros propios deseos.